28/05/2014 21:53:51 - Xalapa, Ver. por Miguel Ángel Sánchez de Armas
El 30 de mayo de 1984 fue miércoles. Por la tarde, el autor de "Red Privada" -la columna cuyo nombre se hizo sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo de análisis y reflexión- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa en la ciudad de México, y se dirigió al estacionamiento público en donde guardaba su auto. Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.
El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida
de la capital. El crimen, frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una
advertencia. Las fotografías del cadáver de Buendía sobre la acera dieron la
vuelta al país y al mundo: en aquel México, tal era el fin que aguardaba a los
practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.
Treinta años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros
puentes. Hoy reconfirmamos que la muerte de Buendía fue ejemplar, pero no
en el sentido en que quisieron sus asesinos. Un instante después de la primera
oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso
con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas
encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional y
personal. Don Manuel sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia
del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma.
Recuerdo a Buendía de muchas formas. Su cálida amistad y el sentido
de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad.
Su profunda convicción de estar transitando por el mejor de los caminos
profesionales. Una vez escribió: "Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero
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periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza.
Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la
otra y lamentándose así para sus adentros: ‘Hoy he descubierto algo importante,
pero... ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!'"
Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por
definir el oficio: "El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue', de ‘lo que el
viento se llevó'. Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no
puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones
retrospectivas.
"Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del
álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro
nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una
guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de
"Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el
uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos.
"Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo -
por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora; y para nosotros ser
significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en
una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera.
"Mi homenaje, pues, a tantos colegas que no alcanzan fama ni honores,
pero que jamás han desertado del deber profesional un solo día".
Manuel Buendía fue asesinado seis meses después de publicado su libro
La CIA en México. Mi ejemplar tiene una hermosa dedicatoria en la recia letra de
su autor: "Para Miguel Ángel, cuyo afecto para mí se vuelve fortaleza de ánimo en
la lucha cotidiana de un combatiente por México".
Tres décadas después, don Manuel Buendía no descansa en paz. Su
muerte clama justicia, pero su ejemplo nos sigue iluminando.
Cada año, en estas fechas, publico la misma columna. Sólo actualizo el
tiempo transcurrido y añado alguna reflexión. Es la machacona esperanza de que
algún día sabremos la verdad sobre el asesinato de Manuel Buendía Tellezgirón:
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quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma,
planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron -o eliminaron- a
los pistoleros.
¿Los que han purgado condenas por el homicidio son realmente los
responsables? Un juez así lo consideró y al parecer habría otros motivos para
mantenerlos en prisión, aunque hoy viven en libertad hogados en el desprestigio
y la repulsión. El juzgado autor material niega su participación. El sentido común
dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del
periodista fue parte de un complot que nadie está en condiciones de probar.
Si no ley, una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca
se esclarecen del todo. Y los de los periodistas jamás, ni en el primer ni en el
tercer mundo. Acá nos seguimos preguntamos quién mató a Buendía. En Estados
Unidos se siguen preguntando quién mató a George Polk.
Es notable, pero nada asombrosa, la estupidez de quienes creen que
mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner
remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social. Una y otra vez el
resultado es, para ellos, contraproducente. Porque la memoria y la palabra no
pueden ser asesinadas: Manuel Buendía se transformó en un símbolo cuando
exhaló el último aliento, lo mismo que George Polk.
Ese símbolo es el del periodismo que sirve a la sociedad y no a quien se
cree dueño del espacio en los diarios. Un día don Manuel escribió: "No entiendo
un periodismo sin ideales. Ni el reporterismo, ni la entrevista, ni el reportaje, ni el
artículo, ni la crónica, ni el editorial, ni mucho menos géneros de tan comprometido
ejercicio como la columna, pueden llevarse a cabo sin un ideal ¿Cuál es ese
ideal? Servir a nuestro país con los recursos del periodismo".
Por fortuna en la historia encontramos ejemplos de esta forma de pensar.
Walter Lippmann fue considerado el columnista más influyente en Estados Unidos
durante más de 30 años. Hombre complejo, tenaz y brillante, tuvo, como Buendía,
la conciencia de que su oficio estaba investido de la grave responsabilidad que
da el foro público. Durante la dramática campaña presidencial estadounidense
de 1940, al ser cuestionado sobre su posición política, tomó la oportunidad para
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una definición: "Los columnistas que se echan a cuestas la tarea de interpretar
los hechos sociales no deben verse a sí mismos como personajes públicos frente
a un electorado frente al cual son responsables". Y en su columna Today and
Tomorrow del New York Herald Tribune escribió:
"Me parece que cuando el columnista se ve a sí mismo como una
personalidad pública, más allá del valor intrínseco y la integridad de lo que se
publica bajo su firma, deja de razonar con la claridad y la objetividad que sus
lectores tienen el derecho de esperar de él. Cual un político, adquiere una imagen
pública que él mismo llega a admirar. Entonces comienza a preocuparse por
preservarla y mejorarla. Y entonces su vida personal, su autoestima, sus lealtades,
sus intereses y ambiciones se vuelven indistinguibles de su juicio sobre los hechos
"En treinta años de periodismo creo haber aprendido a conocer los
despeñaderos de la profesión. Y dejando de lado las formas más toscas de la
corrupción -como el beneficiarse de información confidencial, exaccionar favores
a quienes tienen el poder para darlos y hacerse esclavo de la moda- la más
insidiosa de todas las tentaciones es creerse a sí mismo un actor público en el
escenario de la sociedad más que un atento escritor de artículos periodísticos
sobre algunas de las cosas que suceden en el mundo.
"Mi postura es que escribo sobre asuntos sobre los cuales creo tener algo
que decir, pero como persona no soy nadie de particular importancia. No soy un
consejero áulico o un asesor general de la humanidad, y ni siquiera de aquellos
que ocasional o frecuentemente leen lo que escribo. Éste es el código que sigo.
Lo aprendí de Frank Cobb, quien durante el largo año de su agonía una y otra vez
me aleccionó sobre el hecho de que más periodistas habían sido arruinados por la
egolatría que por el licor. Y él había tenido la oportunidad de estudiar los efectos
de ambas clases de intoxicación.
"El escritor individual no es un personaje público; o por lo menos no
debería serlo. Tampoco es una institución ni el repositorio de la ‘influencia' ni
del ‘liderazgo'. Es un reportero y un comentarista que pone ante sus lectores
sus hallazgos sobre los temas que ha estudiado y así deja las cosas. No
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puede abarcar el universo, y si comienza a imaginar que ha sido llamado a tal
misión universal, pronto dirá menos y menos sobre más y más cosas hasta que
finalmente comience a decir nada sobre todo".
Hay hombres que forjan sus propias leyendas. En el periodismo de vez
en cuando surgen figuras que rompen los moldes no como un reto, sino porque
ello es parte misma de su naturaleza. Manuel Buendía fue de esa estirpe. Lo
recordamos siempre.
@sanchezdearmas
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