Dir. Alberto Morales
 
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Canastas y gerentes

Hace unos días, en conocida tienda que es parte de mi vida, mi mujer, mientras se probaba unos vestidos, me pidió que con ticket en la mano, fuera por una canasta de picnic que la tienda daba gratis por determinada cantidad que uno comprara en ropa femenina.
06/05/2011 00:45:46 - Xalapa, Ver. por Salvador Muñoz


Ahí me tienen en la fila entre un montón de damas que salían felices con su canasta en brazo. Antes de que llegara a la meta prometida, empecé a escuchar quejas. Algunas señoras reclamaban que no les habían dicho que la  cantidad no era acumulable; a otra le explicaban que la oferta era sólo para el departamento de damas y que los aparatos de ejercicio no entraban en esa promoción. A una más la “retacharon” porque iba por la segunda canasta y nada más era canasta por cliente.



Total que en ese mundo de mujeres yo llegué, entregué el ticket y mientras me daban mi canasta de picnic (¿cuántas veces hemos ido de día de campo?) leí el cartel de la promoción y lo primero que llamó mi atención fue “Hasta agotar existencia”.



Salí rumbo al estacionamiento para guardar la dichosa canasta. Regresé al lado de mi mujer que ya estaba formada de nuevo en la fila... ¡iba por su segunda canasta! con otro ticket de una nueva compra ¡Oh! Pero ahora, en la recepción de esa fila había mucho barullo. Chismoso como debe ser la naturaleza de todo buen reportero y viejo verdulero, me acerqué por un ladito para escuchar bien el chisme y di con la razón: ¡Se habían acabado las canastas y las damas estaban furiosas! ¡Querían a huevo su canasta! Al parecer la lógica que usaban era muy sencilla: Hicieron el gasto a la tienda para obtener “de a grapas” un regalo. Aun cuando las empleadas encargadas de tal misión explicaban, con anuncio en mano, que la oferta era “Hasta agotar existencia”, en el entendimiento de las clientes eso no cabía.



¿Ha visto los ojos de una mujer encabronada? Bueno, pues imagine a unas diez juntas casi encima de una pobre que por más que daba explicaciones, las otras no las aceptaban. Entonces, alguien dijo: ¡Que venga el Gerente!



Yo, desde mi estratégico sitio, observaba callado para evitar lo que le pasó a un señor que estaba en la fila pidiendo que se fuera “a la cola” una mujer que quería su canasta y había conformado una segunda fila, por supuesto, “ilegal”. Lo callaron unas señoras al grito de “¡usted de qué habla si es cosa de mujeres!”



Total que llegó el Gerente y en mi inocencia dije: De seguro les dirá que ya no hay canastas de picnic y lamentará lo ocurrido, pedirá la comprensión de las damas y volverá a sus actividades pero... ¡sorpresa! El gerente escuchó paciente, sin inmutarse, y sí, explicó pero igual, no se entendió. Entonces lo resolvió más fácil: Pediría a otra tienda si tenían canastas y haría una lista de las formadas en las filas y se les llamaría en cuanto llegara el pedido de canastas.



La calma volvió en la tienda y una por una, hasta mi esposa, dio su nombre, teléfono, mostrando su respectivo ticket y se retiraron en santa paz.



Tras lo ocurrido, platicaba con mi mujer del fenómeno social que acababa de ver. Me dice ella que la gente se alborota cuando les dan cosas gratis, no importa qué sea, si es una gorra, una pelota, un mandil, lo que sea ¡lo quieren! y empujan, brincan, extienden la mano para obtenerlo...



Cierto, mucha de nuestra sociedad vive aún bajo un paternalismo gubernamental donde esperan que todo lo dé el alcalde, el gobernador o el presidente... hay otra parte de la gente que toma de “a gratis” el agua, la luz, el sistema de cable o sencillamente se niega a pagar la renta.



O qué tal aquella que, si bien no pide nada gratis, piensa que debe ser tratado como la duquesa Kate Middleton y que, ante su falta de razonamiento siempre quiere que la máxima autoridad le resuelva lo que a su juicio, es un problema.



¿Recuerdan ese cuento? Un japonés, un hindú, un alemán y un mexicano en un avión, cuando de repente, el piloto les comunica: “Señores pasajeros, debido a extrañas turbulencias, hemos perdido los motores y en breve caeremos al mar... Dios se apiade de nosotros”.



De inmediato, el japonés, buscando una muerte digna, se aplica el Harakiri. El hindú asume la posición de loto, y concentrando toda su energía, se prepara para pasar a un plano superior en la otra vida. El alemán, con paso firme, se dirige a la cabina y trata de controlar el avión para acuatizar... en eso, el mexicano, que se la había pasado echándose unos drinks, reacciona y grita: ¡Cómo que se va a caer el pinche avión! ¡Aeromoza! ¡Rápido! ¡Tráigame al gerente! La sobrecargo, antes de lanzarse con paracaídas, se voltea y le dice: ¡Chinga a tu madre! Gracias por viajar con nosotros.



Desesperado, el mexicano decide hacer un último esfuerzo llamando al único ser capaz de resolverle sus problemas: ¡Su mujer!



—Vieja, vieja, el avión se cae... ¿qué hago?



A lo que la mujer le responde:



—¿Pediste que te enviaran al Gerente?



—Ya, pero me batearon re-feo...



—No te preocupes viejo... ahorita te mando al Gerente de la tienda que es parte de mi vida... ese cabrón sí saber resolver pedos.



Es nuestra cultura, pero no nuestra culpa. Somos educados por un gobierno paternalista que nos da todo lo que chillamos. Baste hacer una manifestación, baste un madrazo en la columna, baste encuerarse en Palacio de Gobierno para que salga el gerente y nos dé la solución.



Por cierto, tres cosas:



1) Hace unos días le entregaron a mi esposa su canasta de picnic cuando yo pensaba que la habían agarrado de tonta...



2) Habrá de nuevo canastas de picnic por el diez de mayo...



3) Y yo.... ¡yo voy cayendo en el avión! 




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