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"Peligro de contagio: evite a los perdedores y los desdichados"
RG-JE
DON JOSÉ LUIS POCEROS DOMÍNGUEZ
06/12/2013 00:52:39 - Xalapa, Ver. por Ricardo Ramírez Juárez


Desde esta humilde tribuna, nos permitimos felicitar a nuestro dilecto amigo y querido jefe don José Luis Poceros Domínguez, quien este miércoles cuatro de diciembre cumplió un año más de vida.

Su larga lista de amigos se hizo presente con felicitaciones y obsequios, reconociendo su relevante calidad humanitaria y su exitosa visión empresarial que le ha permitido consolidar la empresa editorial Gráfico de Xalapa. Felicitaciones sinceras al hombre, al padre y al amigo, que ha sabido construir y consolidar un emporio con trabajo y perseverancia.



MADRES CENTROAMERICANAS BUSCAN A SUS HIJOS

PERDIDOS EN EL CAMINO A ESTADOS UNIDOS



Son mujeres estoicas, mujeres como nuestras madres, sencillas y luchadoras, acostumbradas al dolor del que se ríen casi siempre luego de haber procreado varios hijos.

Han dejado todo en sus pueblos, hogar y familia, e incluso el derecho natural a ser felices. Ellas no vienen por el sueño americano, no desean traer en las bolsas de sus maltratados mandiles billetes de color verde, el motivo de su largo peregrinar es encontrar alguna huella, algún vestigio indeleble en la llamada ruta de la muerte que atraviesa por Veracruz y Tamaulipas hasta llegar a los Estados Unidos de sus hijos que desaparecieron en el camino.

Nadie las pudo ni las puede convencer de darse por vencidas, de aceptar que sus hijos, que el fruto de sus entrañas ya no existe, que esos jóvenes que alguna vez fueron niños y que crecieron en sus brazos ya no son parte de este mundo, sino que se adelantaron en circunstancias especiales al eterno viaje que todos algún día habremos de realizar.

Nada las convence. Caminan con la frente levantada, con un heroísmo que no se puede describir, son soldados que no traen comandante para recibir órdenes o instrucciones precisas de su heroica misión, son luchadoras anónimas, que nadie ve ni nadie escucha. Son mujeres que salieron de sus pueblos ubicados en diferentes países de Centroamérica.

Algunas son de San Salvador, otras de Guatemala, una más de Nicaragua, de Honduras, de Belice. No portan grandes equipajes ni siquiera levantan la voz para exigir a los gobiernos estatales o al federal que sus corporaciones e instituciones ayuden a localizar sus hijos perdidos en el camino que supuestamente les llevaría a la gloria, los Estados Unidos de Norteamérica y que al final, los llevó al infierno, a ser carne de cañón de las células del crimen organizado.



ASÍ SE FUERON DE ESTE MUNDO...COMO JOSÉ



Algunos dicen que al joven José lo vieron subir al tren, a la bestia, por el rumbo de Tenosique Tabasco, otros que se trepo en Tapachula, Chiapas. Las dos ciudades plenamente identificadas por las autoridades migratorias de nuestro país, donde arranca el viaje el tren comercial que atraviesa de sur a norte nuestro país.

José era ágil para brincar y lo suficientemente fuerte para enfrentar todo tipo de adversidades a bordo de La Bestia.

Ni siquiera las leyendas repletas de terror le asombraban o le intimidaban. "Son cuentos baratos que han inventado las mismas autoridades para espantarnos, para evitar que sigamos buscando llegar a suelo gringo".

"La ruta de la muerte", decía el joven José, era para los débiles o para los timoratos, pero para los jóvenes con ganas de prosperar, con ganar de cambiar la suerte económica de sus familiares dejados en sus países de origen, era una digna oportunidad de desafiar al destino.

Más o menos esas eran sus palabras que recuerdan algunos de sus compañeros de ocasión con quienes compartió las más terribles penurias de ese largo viaje.

Era tanta su fortaleza física que por las noches cuando el tren aminoraba su marcha hacia lagartijas y todo tipo de calentamientos porque decía quería estar en forma para que cuando llegara el momento de correr, lo haría no como un patético ilegal huyendo de la migra, sino como un profesional del atletismo cuyas piernas le harían llegar a su objetivo.

Todos sus sueños se desplomaron como un castillo de naipes, cuando en una noche tenebrosa y fría, un grupo de pandilleros conocidos como Los Maras, exigieron una cuota que casi nadie aceptó pagar, y entonces los pendencieros sujetos buscaron con quien desquitarse, y no encontraron mejor adversario que José, el chico fuerte que parecía se estaba preparando para una pelea de box o para una carrera de maratón. Antes de que José pudiera defenderse, sintió ingresar en su estómago un frio puñal que atravesó con cierta facilidad vísceras y todo lo que encontró a su paso. Y luego, un piquete más, y otro más. La sangre le brotaba a borbotones, sus ojos suplicaban piedad porque su voz se había empezado a apagar. En pocos segundos su mirada se fue nublando paulatinamente y su cuerpo y su cabeza se fueron extraviando en un lejano túnel oscuro y profundo. Antes de fallecer miles de imágenes se reflejaron en su mente. El rostro encanecido de su madre, las arrugas de sus manos que besó con tanta ternura hincado sobre el suelo rustico de su humilde morada, hasta el perro sucio de la casa que con ojos lastimosos le observaba mientras se despedía de sus seres queridos. Solo su madre se guardó en lo más profundo de su corazón ese negro presentimiento de que a su hijo José ya no le volvería a ver nunca más, cuando menos en este mundo terrenal. Segundos después José fallecía bañado en su propia sangre.

Sus agresores no mostraban piedad alguna por su víctima, por el contrario, disfrutaban con maléficas carcajadas de "hiena" su artero asesinato. Lo tomaron de los pies y de las manos, aun tibias, lo mecieron como un costal de aserrín y lo lanzaron por los aires para caer el cuerpo inerte en unos matorrales donde seguramente se convirtió en alimento de las aves de carroña, dejando todo en el olvido, enterrando para siempre su sueño de crecer, su ilusión de regresar montado en una troca, de construir una casa digna para su avejentada madre, de casarse con la muchacha con la que ya se había apalabrado quien solo le puso una condición, "solo hazme un cuartito donde podamos vivir como nueva familia", y José aceptó el reto. De pronto todo se había quedado, los perniciosos pandilleros de Las Maras lo habían asesinado, le mataron la esperanza, como alguna vez intitulo su obra el periodista Luis Velázquez Rivera, en su leída novela "Nos mataron la esperanza".

Pues a ese José que se perdió en los matorrales de la llamada ruta de la muerte, a Mariano, a Rogelio, a Luis, a Juan, y a muchos y miles de jóvenes, son a los que buscan estas madres de origen centroamericano.

¿De qué viven? ¿Cómo le hacen para sufragar sus gastos de pasaje y de hospedaje? ¿Para asearse o medio alimentarse?

Nadie lo sabe, más que ellas mismas, que vienen inspiradas en su lucha por la fe divina de encontrar con vida o en algún cementerio clandestino el cuerpo o los restos de sus hijos.

Lo único que lamentamos decirles es que las posibilidades de encontrar alguna huella de sus hijos en la llamada Ruta de la Muerte es casi nula o mejor dicho imposible y de parte de nuestras autoridades y corporaciones policiacas lo único que se llevaran de recuerdo es la asquerosa indolencia, el valemadrismo, la ausencia total de políticas públicas para proteger a nuestros hermanos migrantes centroamericanos, tan es así, que hasta este momento la única agrupación ciudadana, no autoridades institucionales, que ha demostrado con hechos fehacientes su intención de ayudar a nuestros migrantes son las valientes y heroicas mujeres conocidas como Las Patronas, originarias de la comunidad La Patrona del municipio de Amatlan de los Reyes, fuera de ahí, a nadie interesa siquiera obsequiarles un vaso de agua.

La caravana debió arribar el martes por la noche en Coatzacoalcos, procedente de Palenque, Chiapas. El miércoles se trasladó a Atitalaquia, Hidalgo; este jueves 5 llegará a Tequisquiapan, Querétaro, para continuar hasta San Luis Potosí.

Mañana viernes caminaran con destino a Aguascalientes y por la tarde continuaran su ruta hacia Guadalajara, Jalisco.

Sean ustedes bienvenidas a todas las plazas de nuestro país, cuyas autoridades poco pueden hacer para ayudarlos, por la sencilla razón que miles de migrantes mexicanos, aunque no mueren en la ruta de la muerte a bordo de La Bestia si caen victimados en la frontera o en territorio gringo por bandas criminales mexico-americanas.



LA HISTORIA DE IVÁN...UN MIGRANTE VERACRUZANO

QUE AFORTUDAMENTE LLEGÓ Y REGRESÓ CON BIEN...



Las fuertes inundaciones del mes de octubre de 1999 causaron severos e irreparables daños a miles de hectáreas asentadas en los márgenes de los ríos Cazones y Tecolutla.

La señora Amalia había logrado adquirir por herencia una pequeña parcela ejidal de cinco hectáreas. Padre y madre de familia a la vez, vio perder toda su producción de cítricos, un extenso naranjal que había cuidado con excesivo esmero.

Con tres hijos bajo su responsabilidad para hacerlos hombres de bien, doña Amalia, soportaba con estoicismo sobrado las tareas y los jornales de campo. Pero el daño causado en su pequeña parcela le había dejado en la completa ruina, todo su trabajo y toda su inversión habían sido arrastrados por la fuerza imparable del rio crecido que no solo inundo el extenso plantío sino que anego de tierra y de piedras cientos y miles de matas.

Los surcos de naranjos se perdieron y por varias semanas y meses era difícil entender por dónde empezaba y por donde terminaba lo que alguna vez fue una parcela altamente productiva.

Sus tres hijos crecían y entendían el motivo del llanto silencioso de su madre, quien aparte de rezar al santo de su devoción continuaba con su férrea tarea de volver a levantar la siembra, desde que Dios amanecía hasta que Dios anochecía.

Porfirio a sus escasos 18 años no aguantó la presión de la situación que paulatinamente consumía a su señora madre y un buen día anunció con voz serena su decisión de partir a los Estado Unidos, pero cuando lo hizo era porque en un par de horas se embarcaría en la central de autobuses de la ciudad de Poza Rica, saliendo directamente a la Tijuana. Su madre levanto las cejas en señal de aceptación y sin dudarlo le ofreció algunos pesos que le quedaban de reserva en su ahorro. Se fue y logró llegar al vecino país, donde se instaló y formó su hogar, logrando en la actualidad prosperar económica y socialmente, tal como fue su sueño.

Una vez establecido tendió su mano para llevarse a su hermano Edgar, quien se había quedado con su madre para ayudarle a rescatar el rancho que se encontraba en riesgo de ser rematado por una institución bancaria por haber caído en situación de mora. El camino aunque complicado tuvo un desenlace feliz. Ahora Edgar también disfruta de cierta holganza económica en aquellas tierras extrañas, consolándose con mantener una estrecha cercanía con su hermano y más de una decena de paisanos que cada fin de semana comparten alegres los sagrados alimentos.

Mientras los hijos mayores hacían todo lo posible por enraizarse en su nuevo entorno, su madre luchaba a diario por salir adelante. Ni los meses ni los años transcurridos después de la inundación del mes de octubre de 1999 habían logrado superar las graves afectaciones en la pequeña parcela familiar.

Iván el tercero y menor de sus hijos contaba con 17 años, era el lugarteniente de su señora madre, y era quien le tocaba padecer las presiones de los acreedores, la pena de pedir créditos hasta en las tiendas de la comunidad para comer o para pedir algún pequeño préstamo.

Antes de que el pequeño rancho fuera embargado definitivamente por el banco, el joven Iván decidió también dar el paso y buscar en Estados Unidos la bonanza económica que en su comunidad no había logrado. De en balde las desmañanadas, de en balde los largos meses de preparación de siembra, a la hora de la comercialización de la cosecha los bajos precios de los productos sembrados no permitían avanzar ni un centímetro.

Comentó a su madre su intención y le dio a conocer del trato realizado con el coyote que los había contactado junto con otros jóvenes de la región. Pactaron el precio de la "pasada" y acordaron los términos de los pagos, la mitad hasta la frontera gringa, la otra parte, el finiquito, estando en los Estados Unidos.

La larga travesía comenzó en la central de autobuses de Poza Rica, donde Iván se reunió con cuatro personas más, dos de su misma comunidad, y un tercero de la región. El paisanaje de sus vecinos le causaba sensación de confianza en ese largo viaje donde claramente lo entendía podía ser fatal. Pero logró guardar sus temores y demostrar a sus compañeros con a su corta edad era ya todo un hombre hecho y derecho.

Su bitácora personal registró 32 largas y agotadoras horas de camino para llegar a Ciudad Juárez, Chihuahua. Antes de ingresar a esa ciudad, un retén militar paro el autobús para efectuar una revisión de rutina. Los formaron a todos a lo largo el autobús con las manos en la nuca, les interrogaron con palabras hirientes y finalmente los devolvieron a sus asientos. En ese momento el joven migrante mexicano fue testigo de un agravio que marcó su vida. Una joven pareja de guatemaltecos se habían subido al mismo autobús con el mismo destino, en los interrogatorios no lograron contestar las preguntas de los soldados ni saber quién era el Presidente de México ni otros detalles de la historia del país. La mujer por más que sollozaba y suplicaba fue esposada y su esposo brutalmente golpeado con la cacha de una metralleta cuando quiso protestar por la detención.

La pareja fue trepada como bultos a la camioneta de los soldados que les miraban con sobrado aire de desprecio, un desprecio injustificado, pues este matrimonio el único pecado que había cometido era intentar llegar a Estados Unidos para tratar de mejorar la economía d sus seres queridos. Los migrantes mexicanos respiraron hondo cuando arrancó el autobús rumbo a su destino final, Ciudad Juárez, Chihuahua.

La suerte adversa del matrimonio de guatemaltecos pudo haber sido un barrunto de que lo mismo les podría ocurrir a ellos en territorio gringo.

En la central de autobuses de Ciudad Juárez, el grupo de migrantes busco un teléfono de monedas para llamar al coyote que habían contactado, quien una vez identificados con sus claves de traslado les ordenó que tomaran un taxi que los llevaría a un motel ubicado en las goteras de la ciudad, inmueble donde descansarían esa noche.

Iván y sus once compañeros, doce, cual si se trataran de los doce apóstoles, se dispusieron a cenar, pero al observar en la carta los exorbitantes precios del negocio decidieron aguantarse el hambre que les consumía las entrañas. Todos se miraron con tristeza y con angustia, pues cada uno de ellos sabía lo que era tener hambre y sed de justicia, fue entonces cuando Iván, en un gesto exagerado de solidaridad sacó de su abultada mochila un paquete de alimentos que con mucho cariño le había preparado su señora madre, doña Amalia, unos bocoles que fueron hechos para durar varios días y casi cien tamales elaborados con los mismos ingredientes, para ser ingeridos sin siquiera ser calentados ni echados a perder. Todos comieron gustosos y agradecieron el gesto solidario del más joven del grupo. Como pudieron se acomodaron el pequeño cuarto que normalmente era para cuatro personas y en la habitación había doce.

Esa noche aunque sus cuerpos fueron vencidos por el sueño, sus mentes no descansaron por un minuto. Algunos sentían sobre sus cuellos las manos fuertes de los agentes de la Migra Gringa; Iván no pensaba lo mismo, se mostraba optimista de su objetivo y sentía que en unas cuantas horas su suerte cambiaria.

Al día siguiente por la mañana, un poco descansados de las 32 horas de viaje en autobús, que por cierto nada tiene que ver con el viaje de los migrantes centroamericanos arriba de La Bestia, se dispusieron a esperar el arribo de las personas que los llevarían a la frontera para cruzar al otro lado.

En punto de las 7 de la mañana, llegaron a la habitación dos sujetos mal encarados, fornidos y tatuados por todas partes, bajo sus sucias camisas afloraban sendas pistolas, por si algo se ofrecía dijeron al mostrárselas. Con pocas palabras dieron la instrucción de subirse a tres coches que los trasladaron a San Isidro donde llegaron a un lote baldío a orilla de un terreno barbechado listo para la siembra. En ese lugar los esperaba una mujer trepada en un árbol quien con unos modernos miralejos peinaba la zona observando las patrullas fronterizas.

Los hombres tatuados con cara de Maras Salvatruchas dieron la orden de tirarse pecho a tierra aun en suelo mexicano. A la distancia se observaba un hombre de ropas sucias y sobrero maltrecho que parsimoniosamente araba su terreno. Parecía ajeno al movimiento de ingresar a suelo estadounidense, lo que ignoraban los migrantes era que este falso campesino era parte de la red integrante del coyote, quien desde esa ubicación monitoreaba lo que ocurría del otro lado del río ya en suelo americano. Una hora más tarde aquel hombre hizo una señal y todos empezamos a acercarnos hacia él, para posteriormente llegar a orillas del rio que en esa época estaba muy bajo. Los guías entregaron bolsas negras de nailon a cada uno de los migrantes, y les pidieron se quitaran los zapatos y calcetines para cruzar aquel río que en esa temporada parecía arroyo.

Así lo hicieron con cierta facilidad, cruzaron ese tramo de río sin mojarse siquiera los pantalones, ya del otro lado del cauce y con el corazón a punto de estallar, se sentaron a esperar la próxima señal e indicaciones del paso siguiente de esta aventura. Mientras esperaban sentados los guías se acercaban a una rodada empedrada que cruzaba a un kilómetro de donde estaba el grupo de migrantes mexicanos, conocedores del terreno y de su negocio observaban con atención un desnivel que utilizaban los de la patrulla fronteriza para esconderse. Ese día para la buena fortuna del grupo la patrulla estuvo ausente lo que permitió que el guía diera la señal de correr hacia él, todo lo hicieron con ánimo y entusiasmo pensando que ya estaban en suelo americano, pero cien metros antes de llegar a donde el guía estaba dio un cambio de orden que era el de regresar a la orilla del río pues una patrulla fronteriza se acercaba y ponía en riesgo la ilusión del sueño americano.

Este breve incidente hizo que agazapados en la maleza nos aguantáramos todo el día hasta nueva señal, esperando otra oportunidad para dar el último salto de esta peligrosa travesía, oportunidad que ese día no llegó. Los guías conocedores del negocio dieron instrucciones que esa tarde noche la oportunidad ya no llegaría, que ya no habría otro intento hasta el día siguiente pues las patrullas estaban muy cerca y no habría manera de evadirlas.

Cabizbajos y apesadumbrados regresaron en los coches contratados al pueblo de San Isidro, a una casa de seguridad que tenían los guías, donde apenas y de mala gana le ofrecieron al grupo un vaso de agua y un par de fríos tacos, insípido platillo pero que ese día le supo a gloria al pequeño grupo de migrantes.

Fue una larga noche que todos calificaron como la más incomoda de sus vidas, pues en esa casa no solo estaban los doce migrantes que habían salido de Poza Rica, sino varios más, hasta contar 33 personas. Ahí encontraron a David, a Juan y a Rogelio, que un día antes habían intentado de manera infructuosa al suelo americano, pero su suerte había sido igual que la de los doce migrantes.

Al día siguiente los guías los levantaron a las cuatro de la madrugada, ordenándoles con palabras obscenas que no llevaran objetos o ropa más lo que traían encima y las bolas de nailon que un día antes les habían entregado. El grupo volvió a las orillas de aquel río que un día antes había sido testigo mudo del primer intento de cruzar suelo americano. Una vez a orillas del río, el guía entregó doscientos dólares, que servirían más adelante para pagarle a un gringo le llevada a un hotel. El grupo sesionó de emergencia y decidió que este quedara en las manos de Germán, el migrante mexicano que se le notaba mayor edad, de piel marchita y de ojos cansados, como si su cuerpo hubiese sido aflojado en terracería. Germán aceptó esta delicada responsabilidad de proteger el dinero hasta entregarlo al gringo que era el siguiente contacto de esta travesía. Solo faltaba esperar la nueva seña del guía para de nuevo echarse a correr el grupo. El objetivo era llegar a una casa con un granero que estaba más o menos a una distancia de 15 kilómetros. Los nervios se habían apoderado de todos, entre otros del joven Iván, que se imaginaba por un lado el éxito de su viaje y por el otro, se veía atrapado por los agentes de la Migra, con sus manos fuertes y su voz imponente de autoridad máxima, ordenando el regreso a su país, derrotado en su sueño de cruzar el territorio gringo. Los pensamientos del joven fueron interrumpidos por la voz de mando del guía que ordenó al grupo empezaran a correr a toda velocidad que la fuerza de sus piernas les permitía. Todos corrieron sobre aquella rodada empedrada que habían visto antes, para enseguida encontrarse con un arroyo de aguas negras, el cual debían cruzar con las bolsas de nailon para no ensuciar sus pantalones. Pero el miedo de ser atrapados y la apuración por alcanzar el objetivo marcado hicieron que se olvidaran de las bolsas negras de nailon. Todos se aventaron sobre aquellas aguas putrefactas, el olor era insoportable, pero cruzaron el cauce, con el lodo hasta la cintura lograron traspasar el obstáculo, para seguir corriendo. Pasaron cerca de una casa donde un fiero pastor alemán era el guardia, cuyos ladridos un día anterior había provocado que los tres migrantes fueran regresados a la casa de seguridad. Extrañamente, los rezos y las plegarias de la madre de Iván, Doña Amalia, hicieron un milagro. El perro solo los miró y regreso al interior de la casa como ignorando la presencia de estos extraños forasteros.

El grupo se adentró en unas tierras planas de sembradíos, repletas de canales de aguas de riego, brincaron una cerca de madera como se ve en las películas gringas, excepto el viejo Germán, cuya minada salud le hizo quedarse más de un kilómetro del grupo. Cuando faltaban cerca de quinientos metros

Para llegar a la casa, se vio una polvareda enorme a lo lejos. ¡Es la Migra! gritó el guía. ¡Ya nos llevó la chingada!. ¡Todos al suelo! Los canales de agua de riego secos en esa temporada sirvieron de guarida perfecta para no ser descubiertos. Fue entonces que el grupo descubrió el error de haber entregado los doscientos dólares al viejo Germán, quien para eso ya se había retrasado cerca de dos kilómetros.

Germán en su desesperación por alcanzarnos se aplicaba con todas las fuerzas de sus enclenques piernas sin ponerse a pensar que de ser descubierto ponía en riesgo a todos los integrantes del grupo. De nuevo los rezos y las oraciones de doña Amalia causaban efectos positivos. La patrulla fronteriza se siguió de frente sin percatarse de la presencia de los migrantes mexicanos. El guía pregunto por el dinero que les había entregado y a quien había sido designado como responsable del mismo. Todos se miraron a los ojos y respondieron, al unísono, que el encargado del dinero era Germán. Ahora tenían un nuevo problema. Necesitaban mandar el dinero con el guía al gringo que les había rentado la casa donde se esconderían por algunos días. El joven Iván tomo la decisión de ir por don Germán, que ya mostraba huellas de cansancio y de sofocamiento extremo. Iván le pidió el dinero al disminuido anciano no sin antes preguntarle si aún tenía fuerzas para llegar a la casa de seguridad. Don Germán respondió que caminando pero llegaría, sacó los doscientos dólares y los entregó al joven que finalmente se los dio al guía.

El guía entregó el dinero al dueño de la casa, para enseguida hacer señales de que todos corrieran a su interior. Era el último tramo de incertidumbre. La emoción embargaba a todos, estaban muy cerca de llegar a la meta, logrando alcanzar el objetivo los 33 migrantes, entre otros, el anciano Germán.

El guía se despidió de sus clientes, y les indicó que el gringo se haría cargo de ellos, los llevaría a un hotel donde descansarían de las últimas horas más angustiosas de sus vidas.

Ya instalados en el hotel los acomodaron en cuatro habitaciones, les enviaron comida y refrescos y una vez satisfechos, se entrevistaron de nuevo con el coyote, con el que originalmente habían hecho el trato, quien pausadamente les explicó que hasta el otro día cruzarían las garitas.

El canto de los gallos anunció el nuevo amanecer, el gringo se apersonó ante el grupo de 33 migrantes mexicanos. Con un inglés medio mocho dio la orden de subir a una camioneta Ram cabina y media, acostando de dos en dos debajo del asiento de atrás, viaje incomodo que duraría más de dos horas para poder cruzar las garitas sin ser detectados por las policías.

Las trocas empezaron a caminar, encontrándose con la primera garita donde un quisquilloso oficial empezó a interrogar al conductor. Luego del intercambio de algunas palabras, la camioneta siguió su marcha. Más adelante encontraron la siguiente garita y otro oficial que casi hacia las mismas preguntas, pero de nuevo la suerte les sonrió a este grupo de mexicanos ilegales.

El gringo una vez brincado estos obstáculos levanto el asiento trasero para invitar a los migrantes a sentarse en calidad de copilotos. Esa fue la estrategia para cruzar a todos.

La camioneta hizo parada en una estación de gasolina donde les esperaba una joven mujer, quien en un par de camionetas cerradas tipo suburban subió a todos los migrantes para finalmente llevarlos a la casa del coyote mayor a quien le pagaríamos la segunda mitad del precio pactado. El pueblo era Sulphur Springs, Texas. Una vez cobrado por sus servicios profesionales, invito a comer a todos sus clientes y hasta una cerveza les invitó para el susto en medio de escándalos carcajadas. El joven Iván se despidió de mano de sus compañeros de viaje, trasladándose hacia Tyler, Texas, donde el mismo coyote lo entregó en las manos de sus hermanos. 45 mil pesos mexicanos le fueron entregados uno tras otro, pero en dólares al coyote, que una vez más, había logrado burlar el estricto cerco de la migra con su peligrosa carga humana.

Los tres hermanos se abrazaron, lloraron y rieron al mismo tiempo. Ahora estaban juntos después de muchos años de haber sido separados por el destino.

En los siguientes días y semanas, Iván se incorporó al trabajo productivo, logrando colocarse en una buena compañía que no solo le daba un jornal normal, sino que le permitía hacer todas las horas extras para ganar el dinero que le permitieran sus fuerzas. Así lo hizo día y noche. En una maleta guardaba con cautela cada uno de los billetes de color verde, los añorados dólares de los que tanto había escuchado hablar ahora se juntaban uno tras otro. Hasta hacerse varios miles de pesos mexicanos. Sus hermanos trataron de involucrarlo en las varias diversiones de la gigantesca urbe pero no lograron su objetivo. El joven Iván estaba metido en el sueño de rescatar la pequeña parcela de su madre, doña Amalia, que en varias ocasiones tuvo que dormir en la huerta para no ser aprehendida por las denuncias de sus acreedores. A través de sus abogados enviaba los mensajes que ella quería que escucharan: Debo no niego, pago no tengo.

Los tres hermanos juntaron sus ahorros y un buen día tomaron la decisión de que Iván se regresara al rancho para de la mano de su madre consolidar y acrecentar la parcela familiar.

De sus compañeros migrantes Iván se llegó a enterar, que casi todos fueron repatriados al ser sorprendidos en operativos nocturnos en las casa de juego, (se hicieron adictos a las maquinitas, creyendo que ahí lograrían encontrar fortuna), en los billares o en los antros de las grandes ciudades.

De don Germán, el viejo Germán, no duro mucho, meses después de instalarse en Dallas, Texas, donde tenía un par de sobrinos que le ayudaron a conseguir un trabajo, en un pleito de cantina fue brutalmente acribillado por una pandilla de jóvenes viciosos de origen centroamericano.

En la actualidad, Iván ha tomado las riendas del rancho, sus hermanos desde Estados Unidos, vigilan las finanzas y la salud de su amada madre, doña Amalia, que orgullosa cuenta la historia de sus hijos migrantes, con quienes pudo superar la adversidad de su biografía personal y familiar.

Iván ahora está dedicado a su familia y a vigilar de cerca el crecimiento de sus dos retoños, a quienes cuenta en cada momento que puede, el trabajo y el esfuerzo que ha costado cada metro de tierra, cada planta, y cada ladrillo de su casa, que ahora disfruta en compañía de su esposa Patricia y sus dos pequeños hijos. Fin.


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