14/06/2012 01:23:30 - Xalapa, Ver. por Miguel Ángel Sánchez de Armas
En los días de la República que corren, ahítos e indigestos de
episodios
electorales,
se ha atomizado y deslavado todo tema
que no tenga que ver con la inmediatez del cambio de poderes. Incluso hechos de sangrienta
brutalidad que testimonian la extendida descomposición social y política
de nuestra vida
nacional, como el
hallazgo de 14 cadáveres más en una carretera en el norte de Veracruz, pasan a
segundo plano.
Como suele suceder, los extremos se
tocan: frente a una gran efervescencia política que alcanza a disparar los
puntos del rating televisivo durante el debate entre los candidatos
presidenciales, están la apatía y el olvido de
hechos que han marcado nuestro rumbo político y como sociedad. Los medios
masivos de comunicación nos enlazan, sí, pero también nos acostumbran a consumir
sólo el tema del momento. La importancia y el interés de un asunto social hoy
dura lo que permanece vigente un tuit. Lo dijo Obama: hay políticos cuya
ideología cabe en 140 caracteres… ¡y sobra espacio!
Me detengo en esto a contrapelo de
los habitantes de las columnas políticas
para llamar la atención
de mi magra comunidad de lectores que el mes de junio debería ser de
remembranzas históricas que, ¡helas!, ni en las escuelas tienen ya cabida. Hace 156 años que se promulgó la
Ley
Lerdo, nombre
breve de la “Ley de Desamortización de las Fincas
Rústicas y Urbanas de las Corporaciones Civiles y Religiosas de
México”. Acciones legislativas como ésta
fueron las que comenzaron a construir no sólo el Estado laico del que ahora
gozamos y que parece tener la necesidad de ser defendido recurrentemente, sino
el Estado mismo.
Hombres visionarios como Miguel
Lerdo de Tejada no
tuvieron duda de que la
construcción de un Estado en esta parte del mundo que hoy
llamamos México sólo era posible si éste se desvinculaba del corporativismo religioso, si se
subordinaba el apetito político personal al interés superior de una sociedad que
nacía… es decir, si la estatura del estadista se imponía a la pequeñez del
político.
En 1856 apenas habían transcurrido 46 años de que la Iglesia sufriera con el movimiento de Independencia, que
disminuyó su poder e influencia. Era lógico que la reacción de rechazo
a una nueva embestida civil
no se hiciera esperar y
diera lugar un año más tarde al inicio de la Guerra de Reforma. Esta separación
es uno de los hitos en la construcción del Estado mexicano, por la cual había
abogado tanto José María Luis Mora y de la que ya no pudo ser testigo porque
murió en 1850.
Hace pocos días también, el martes 12, conmemoramos 147 años de la muerte de Manuel
Doblado, otro personaje al que se le recuerda poco o nada por la nefanda visión de un
sistema educativo
que privilegia la
memorización -con
fuerte dosis de
idealización- de sólo algunos nombres de los forjadores de nuestra
historia y esto frecuentemente fuera de
contexto (nuestra historia maniquea de buenos y malos, en donde el
Benemérito goza de vida eterna en el Paraíso mientras que el Dictador arde a
fuego lento en el Infierno). Manuel Doblado fue otro de los ideólogos de la Reforma y
participante de la Guerra del mismo nombre. El general Doblado fue maestro y
abogado, colaborador de Juárez, quien fue, sí, el gran defensor y de algún modo
creador del Estado mexicano moderno, pero gracias a la colaboración de
una pléyade de
estadistas que le
acompañaron y que compartían su ideario.
Manuel Doblado se opuso con bravura e inteligencia
al Tratado
Guadalupe-Hidalgo, por el que México cedió a Estados Unidos más de la mitad de
su territorio. El nombre formal de ese acuerdo fue “Tratado de Paz, Amistad, Límites y
Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de
América”, y lo bueno es que fue amistoso,
pues de otra manera nos hubiéramos quedado sin
país y todos, al igual
que en Filipinas, seríamos angloparlantes con nombres hispanos. La figura y peso político de Santa Anna contenían las inconformidades, pero en el caso del general Manuel Doblado éste mantuvo su oposición y fue promotor
del Plan de Ayutla, cuyo propósito era precisamente desconocer
al xalapeño once veces
Presidente de México cuyo extravagante nombre completo era Antonio de Padua María Severino
López de Santa Anna y Pérez de Lebrón. Más tarde, Doblado formaría parte
del gabinete de Benito Juárez, a quien acompañó en su salida del país.
A inicios de este mes de junio
también se cumplieron 151 años de la muerte de Melchor
Ocampo, otro juarista destacado, asesinado en Tepeji del Río por las fuerzas
conservadoras del general Leonardo Márquez. Melchor Ocampo fue ministro de
Gobernación de Benito Juárez y coautor de las Leyes de Reforma. De un modo
injusto se le recuerda poco gratamente por la epístola que durante muchos años fue leída a
las parejas que contraían matrimonio y que a la luz de la perspectiva de género
se considera denigrante para las mujeres. Ciertamente la famosa epístola tenía un enfoque machista
propio de la mentalidad
prevaleciente hacia
finales del siglo XIX.
Pero la “Ley de Matrimonio Civil”, en cuyo capítulo 15 se incluye tal
homilía, formaba parte de una nueva forma de
concebir al Estado durante la administración juarista, que daba certeza jurídica
a la población en los actos primordiales de la vida, como el nacimiento, la muerte y el
matrimonio.
Con la instauración del Registro
Civil se desplazó a la Iglesia de la tarea de
celebrar (y de cobrar) los actos de unción como el bautizo, el matrimonio y la extremaunción y se inauguró la ciudadanía. Cada persona
fue reconocida formalmente por una
institución cuando nacía, cuando moría, cuando decidía contraer matrimonio o
deshacer este vínculo. Así, la epístola, tan vilipendiada en sus últimos
años, fue un hecho innovador cuando fue concebida.
Estos hombres del juarismo fueron
constructores del país que hoy disfrutamos, pero, lo digo con dolor, muchos
mexicanos sólo identifican con nombres de calles, avenidas y colonias y no con
los enormes espíritus, desprendidos, generosos y visionarios que fueron. Gracias
a ellos hoy tenemos un país, pero los hemos olvidado.
Quienes hoy buscan con afán
colocarse en la conducción de la nación harían bien en proponer un acto de justicia histórica que
los recupere de la
desmemoria en que los hemos
arrinconado.
Profesor – investigador en el
Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
13/5/12
@sanchezdearmas
www.sanchez-dearmas.blogspot.com
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