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EN PRIVADO
UNA FAMILIA FORJADA EN LA ADVERSIDAD
23/12/2011 13:17:17 - Xalapa, Ver. por Ricardo Ramírez Juárez


Sin saber por qué razón ni porque circunstancias, el pequeño de escasos cuatro años descubrió que Jesús el Cristo le había obsequiado como hogar una casa modesta de adobe, cuyas paredes eran en realidad de tarro partido a la mitad, pero cubierto con esmero y cariño con las manos santas de su madre, doña Zenaida, con suficiente tierra amarilla, ese retoque amarillento de tierra revuelto con hojas picadas de totomoxtle, le daba un aire de elegancia, cual si fuera una extensión de la naturaleza de ese pequeño pueblo.

Los jefes de esta familia, doña Zenaida, y don Henorio,  no eran profesionistas,  ni los abuelos, (solo había una abuela, por el lado paterno, doña Felicitas), ni los tíos ni nadie. Todos eran hombres y mujeres comunes, personajes sencillos, que no por eso dejaban de tener de sueños y esperanzas de un mejor futuro para ellos y sus hijos. En esa familia, tampoco había un acaudalado ganadero, ni nada que se le pareciera,  la vida les había transcurrido en medio de altibajos económicos, más bajos que altos por supuesto, sembrando pequeñas porciones de tierra que alguien les iba prestando para que se fueran ayudando.

Mientras el pequeño crecía en medio de las calles polvosas que recorría todos los días para jugar, luego de haber cumplido con su asistencia a la escuela primaria del pueblo, al interior de su familia, se percataba en medio de su inocencia y de su ingenuidad, que esta iba creciendo conforme iban pasando los años.

Sólo descubría que algo pasaba cuando sus padres se iban a la gran ciudad más cercana, Poza Rica, obviamente,  sus padres nunca se tomaban la molestia de informarle a nadie, salvo a los hermanos mayores, cual era el objetivo de ese viaje que a veces tardaba varios días. Lo que si era cierto, es que en esos días todo se volvía más emocionante y al interior del hogar se respiraban ¡Aires de libertad!, pues sin el acendrado rigor del padre ni la religiosa disciplina de la madre, la hija mayor que quedaba al frente de la casa, de escasos trece o quince años, nunca logró controlar al rebaño familiar,  todo se volvía un desorden, por más que Nora,  la pequeña adolescente apuntaba como una prefecta escolar de manera meticulosa hasta el último detalle de todas las travesuras y las groserías externadas por sus hermanos y hermanas más pequeñas, en especial, las que cometía un pequeño bribón que a sus escasos seis años ya se había convertido en una verdadera pesadilla para la familia.

Con las faltas cometidas por este hermano,  el delgado cuaderno de anotaciones,  era llenado en todos esos días de aparente libertad,  que por cierto, este pequeño sujeto lo tomaba como un periodo de libertinaje para dar rienda suelta a sus andanzas.

Los vecinos que tenían la necesidad de pasar por la humilde vivienda, sabían del riesgo que corrían al pasar por esa ruta, pues un chamaco andrajoso lanzaba piedras de todos los tamaños sin reflexionar en ningún momento del grave daño que podía ocasionar. Una humilde señora que fue una de sus víctimas, le acusó formalmente ante sus padres, quejándose de un fuerte dolor,  que ese pequeño le había provocado al aventarle con todas sus fuerzas un "piedrazo" en el lomo. Para evitar que la queja llegara ante la Agencia Municipal de la comunidad  y el lío se hiciera más grande, el padre desembolsó de mala gana algunos pesos de su debilitado bolsillo.

Cuando el pequeño regresó de sus andanzas rutinarias, el padre ya lo esperaba con una larga lista de reclamos y peticiones de buen comportamiento, y el niño, sucio de su cara cual si se tratara de un niño de la calle, ponía un rostro de inocente para evitar la tradicional paliza que con toda razón se había ganado. Con lágrimas y palabras de arrepentimiento fingido, se iba a su catre a enredar con su sabana asignada en una esquina de la modesta morada.

Doña Lupe, era un vecina que siempre que los padres se ausentaban por varios días, se encargaba de cuidar a todos los integrantes de la extensa familia, ayudándose en la hermana mayor, Nora, quien luego de haber culminado sus estudios de primaria, se había concentrado a las labores del hogar y a aprender  el oficio de costurera para que el día que contrajera nupcias con algún "valiente",  tuviera una herramienta para poder ayudar a la economía de su nuevo hogar. Eso era lo que repetidamente decía su abuela, mejor conocida como la abuela "Felicitas", quien asumía el papel de madre de todas sus nietas y nietos, aconsejándoles siempre las mejores estrategias para brincar los obstáculos en su vida presente y futura.

Pues doña Lupe y Nora, así como la abuela Felicitas, se aventaban esos largos días de ausencia de los padres con la responsabilidad de atender a los hermanos menores de la familia, que hasta ese momento contabilizaban un total de cinco cráneos.

Cuando menos lo presentían,  los padres regresaban a la casa, la madre con el rostro pálido pero sonriente, cargaba entre sus brazos un pequeño bulto envuelto en una blanca y olorosa sábana que con anticipación doña Lupe había enviado a Poza Rica. Días después, el pequeño descubría que había llegado una nueva integrante de la familia. María Elena. La número seis de esta familia. Una pequeña inquieta y traviesa, que por cierto, siempre andaba tras su hermano, el más travieso, siguiéndole en sus juegos peligrosos de subirse a los arboles más altos de los vecinos en busca de alguna fruta o simplemente tratando de revivir las hazañas de Tarzán,  que de un árbol a otro brincaba sobre la tupida selva.

Cuando los padres tomaban el ritmo del hogar, Nora, con una expresión de excesiva seriedad y cual juez supremo, informaba a la máxima autoridad de la casa todas las travesuras y todas las desavenencias que en su ausencia se habían suscitado. Y desde luego, quien siempre ganaba en quejas y en reportes negativos, era el pequeño bribón que conforme iba creciendo sus travesuras crecían de tamaño y de dimensiones.

En esa navidad de 1970, no hubo regalos ni cena de Nochebuena, de hecho nunca la hubo en esos años como se acostumbra en miles de hogares de todo el mundo y de México.  La cena en ese día tan especial se sirvió como todos los días, a las ocho de la noche, una gallina rellena y unos pintos fueron el menú del cierre de esa jornada, servidos por la hermana mayor Nora, pues la madre, doña Zenaida, se había ido a recostar a su privado, que no era más que un pequeño cuarto cercado con una avejentada cobija.

La madre había embarnecido, y sólo los hijos  mayores sabían que su madre estaba embarazada, pero el pequeño travieso de seis años nunca lo descubrió ni se interesó en descubrirlo, hasta que su progenitora regresó a casa con su pequeña hermana en brazos a mitad del mes de enero del siguiente año, 1971, fecha del alumbramiento.

Pasaron los días y los meses, la familia con sus altibajos logró superar los gastos que ocasionaba la nueva integrante de la familia.

Allá por el mes de junio de 1973, de nuevo los padres se ausentaron por varios días, doña Lupe,  Nora y la abuela Felicitas tomaron el mando del hogar. El pequeño travieso observaba el acontecimiento. Las circunstancias se repetían de nuevo con el crecimiento del abdomen de su señora madre, intuyó con su mente infantil, que sus padres de nuevo habían ido a comprarle otro "hermanito". Y efectivamente la historia se repitió. A la casa, después de varios días de obligada ausencia llegó el séptimo integrante de la familia, un niño que desde pequeño dio muestras de corajudo, su padre, lo bautizó con el nombre de Oliverio, por el nombre de un renombrado beisbolista de la Liga Mexicana.

El progenitor, amante del Rey de los Deportes, tenía la esperanza que ese nuevo retoño le diera el gusto de amar el beisbol como él lo había hecho a lo largo de su vida, dejando incluso compromisos laborales y familiares por cubrir el tiempo que dedicaba a este deporte.

Y ahí tienen que María Elena, y el pequeño Oliverio, van dando sus pasos en el piso de tierra, jugando con carros de cartón y latas de leche clavel y sardina, y hasta las contaminantes pilas de todos los tamaños, que su hermano "El Travieso" les acercaba de un basurero cercano a la casa.

Los padres de estos pequeños se esforzaban todos los días por mejorar las condiciones de sus vástagos. El hombre se iba desde muy temprano a un terreno que un primo suyo, don Chato, como le llamaban todos los del pueblo, le prestó varios años para la siembra de chile, y maíz, en tanto crecían las plantas de su extenso naranjal.  Ya con once años en sus espaldas, el pequeño escandaloso de la familia fue obligado a trabajar en esas siembras para empezarlo a "domesticar". A esa edad nadie vaticinaba algo bueno para este adolescente. Su fama de pendenciero y majadero trascendía su barrio, sus primos y vecinos ni siquiera aceptaba  jugar con él a las canicas, pues cuando apenas iba perdiendo se robaba todas las canicas del cuadro y escapaba "con rumbo desconocido". Esa afición por las trampas para los juegos infantiles y su acentuada afición por el robo de frutas de las huertas le había ganado una fama negativa entre sus vecinos,  en no pocas ocasiones tuvo que defenderse a puñetazo limpio de las agresiones que recibió de parte de los dueños de las huertas, y a punto estuvo de caer en el cárcel de la comunidad por haber cortado una media docena de naranjas en un rancho de la "Licenciada", cuyo encargado, el siempre tenebroso Cleto, cuidaba como un perro rabioso pero fiel a su ama que lo había contratado para tal fin.

Las quejas no terminaban, y cuando apenas se estaban apagando las cenizas de un conflicto ya estaba generándose uno nuevo. Los cuartazos ganados con el sudor de su frente no hacían disminuir las travesuras ni los problemas que en la edad de adolescente iban creciendo peligrosamente de calibre.

En la navidad de 1974, el travieso adolescente, dedicado por completo a vivir sus aventuras en el monte, en el río, en el mar, en las siembras que mantenía asoladas como los chencheres y en la escuela, de nuevo descubrió que el festejo se redujo casi a nada. Cero cena de gala de navidad, (lo único que cayó como cada año era la gallina rellena y los tradicionales pintos, infaltables en esa rustica mesa de cedro), cero regalos para los integrantes de su familia, que por cierto casi nunca había, y menos para el principal bribón de la familia, quien un par de años atrás su padre, con toda la intención de hacerlo un buen hijo, gestionó directamente ante los Santos Reyes, (Santa Claus, es un personaje moderno que en las comunidades aun no logra ganarle la clientela a Gaspar, Melchor y Baltazar) para que le trajeran un hermoso tráiler de más de medio metro, obsequio que fue la envidia de los niños de la vecindad. El pequeño en vez de disfrutar su tráiler como lo hacían todos los niños de su edad, un día que estaba en su casa, le pidió a un albañil que trabajaba para su padre que le pasara la carretilla encima cargada de mezcla, para calar la fuerza de su juguete. El trabajador,   por supuesto que se negó a la petición del infante, pero este le insistió, diciéndole que el tráiler era de su propiedad y que los Reyes Magos se lo habían traído no su padre,  así que podía hacer de su juguete lo que quisiera. Viendo la contundencia de sus argumentos, el trabajador conocido como "Beto" o "La Atarraya", le paso encima la carretilla al juguete mismo que se desquebrajo al instante. Cuando le fue notificado al padre este incidente, de nuevo estallo en ira y reprendió ferozmente a su hijo.

Por esta travesura, Los Reyes Magos, determinaron cancelarle todos los entregos cada seis de enero, y en vez de juguetes, le dejaban algunos paquetes de pastelillos de Marinela o de caramelos.  

¿La razón de esa navidad tan fría en todos los sentidos? Su madre había engordado de nuevo y había salido a la vecina ciudad junto con su padre,  al parecer a comprarle otro hermanito, cuando menos así lo indicaba la presencia de doña Lupe, que de nuevo tomaba las riendas del hogar, junto con Nora y la cariñosa abuela Felicitas, que era como el bálsamo maravilloso para toda la familia ante diferentes problemas financieros y amorosos.

Pero en esa ocasión las cosas se complicaron. Los diez días se hicieron quince y hasta más de un mes. Un día y varios, regreso su padre, pero sin su madre y sin el pequeño bulto que debería de traer en sus brazos. "El Travieso" que ya era todo un señor adolescente, percibía algo malo, el padre hablaba en voz baja con doña Lupe y con Nora. En la mesa contaban algunos billetes de baja denominación, las cejas del padre de familia se fruncían en señal de seria preocupación. Algo grave ocurría y por supuesto que al niño travieso nadie le informaba, para qué, si estaba solo dedicado a realizar puras travesuras y  maldades.

Los bultos de frijol, de maíz, de pimienta, y de chile de mole se empezaron a escasear en la pequeña bodega. Nora, la encargada de comerciar estos productos, empezó a decirle a su clientela que "ya no había maíz hasta nuevo aviso"; el bulto de frijol ya casi estaba por terminarse y los de chile de mole y pimienta estaban en las mismas. Nadie se quejaba frente al niño travieso, que ante tantas adversidades que observaba, descanso su hiperactividad sin querer, solo presentía que algo malo estaba ocurriendo. Y realmente estaba ocurriendo algo malo porque en una de sus visitas a su casa, el señor Henorio, vendió de golpe todos los marranos que se estaban engordando en los corrales del patio, 34 marranos, entre grandes y pequeños. Había urgencia de efectivo y los marranos tenían que ayudar.



EL ÁNGEL DE LA NAVIDAD SALVA AL PEQUEÑO MARCELO



Esa Navidad de 1974 fue y es una fecha inolvidable en el calendario de esta familia. En una modesta clínica de la ciudad de Poza Rica, don Henorio y doña Zenaida luchaban por mantener a su pequeño con vida en una incubadora. Su nacimiento no había sido como el de otros niños, se había complicado peligrosamente, y de pronto los médicos empezaron a ver como su salud se iba minando.

Los padres sólo se miraban a los ojos. El dolor los invadía por completo, todos  sus esfuerzos parecían pequeños ante la debilidad de la salud de su pequeño bebe, de largas pestañas, de ojos café oscuro, y de cabello ensortijado, quien con breves sonrisas en su pequeño rostro pedía con sus tiernos ojos a sus padres que no le soltaran sus pequeñas manitas. Sus brazos habían sido víctima de uno y de decenas de piquetes  de largas jeringas que las enfermeras le habían enterrado para extraer sangre o para hacerle las transfusiones necesarias, todo su cuerpo estaba amoratado.

El monitor marcaba tenuemente los signos vitales del pequeño paciente. El padre, soltaba de sus mejillas un par de lágrimas en silencio, la madre, estoica soportaba el dolor de ver en esas condiciones a su pequeño hijo que por casi nueve meses trajo en sus entrañas. Fue entonces que el señor Henorio tomó una drástica determinación. "El niño se nos va a morir Zenaida, ya el médico nos ha dicho que no hay remedio, como vez si nos lo llevamos al rancho, para que allá con la familia lo enterremos en santa paz…" "Como tu digas" -le dijo su abnegada esposa, quien había   sido testigo de todos los esfuerzos que su pareja había hecho para salvar a su hijo. Sin pensarlo dos veces, llamaron a la enfermera, y al médico, pidieron la cuenta del adeudo que llevaban, y contando uno a uno sus billetes y sus pesos saldaron con mucho trabajo el costo de la hospitalización, solo les quedaron unos cuantos pesos para el taxi, pues a esa hora de la madrugada, de ese 25 de diciembre, no había autobuses.

En todas las casas se oían los gritos de felicidad de los niños y de los adultos. Eran los primeros minutos de ese 25 de diciembre de 1975. En Poza Rica, una ciudad de familias petroleras, todos echaban la casa por la ventana para festejar el nacimiento del niño Jesús, mientras, un matrimonio caminaba a paso lento con un niño entre sus brazos, cuya respiración cada vez se percibía menos, segundo a segundo.

Cuando llegaron a la esquina principal del boulevard Adolfo Ruiz Cortines, esquina con Avalo de la colonia Cazones, procedieron a parar un taxi. Un ciudadano de pelo rizado y de ojos claros y vivarachos los recibió en su vehículo. "Feliz Navidad amigos, Feliz Navidad…" les receto como palabras de bienvenida. Para enseguida dispararles la frase de los taxistas "A donde los llevo". El padre del menor, sin temblarle la voz le dijo: de favor llévame a mi rancho, se llama Adolfo Ruiz Cortines aunque otros le conocen como El Aguacate…". Se puede ir usted por la Halliburton, y de ahí sale derecho al pueblo. En sus adentros pensó, -que Feliz Navidad puede ser para mi, cuando mi pequeño hijo se me esta muriendo-…

Por el espejo retrovisor el conductor del taxi percibió que algo grave estaba pasando con sus pasajeros de ocasión. Y de manera comedida les pregunto: ¿En algo les puedo ayudar amigos? Para rematar su frase: -Veo en su rostro mucha pena y sufrimiento, si ustedes me cuentan yo podría ayudarles, no sé en qué, pero intentaré ayudarles-.

Henorio respondió la interrogante: No nos pasa nada amigo, simplemente que el niño se nos puso malo, se complicó el parto y la verdad lo llevamos desahuciado por los médicos, creemos que no llegara a mañana, y es mejor llevarlo aun con vida para darle cristiana sepultura entre la familia.

El taxista respondió con una voz animosa y optimista: "No diga eso mi amigo. Hoy precisamente es Navidad, y hoy ocurren muchos milagros en todo el mundo. Fíjese lo que  le voy a decir, yo soy chofer de este taxi, pero estoy casado con una magnifica mujer, cuyo padre es petrolero, de esos petroleros que pesan en serio en la sección 30, cuya firma en el Hospital de Pemex siempre es respetada y atendida de inmediato. Que le parece si en vez de llevarlo a su rancho donde solo esperan ver morir a su hijo los llevó al hospital de Pemex que me queda al paso, le hablo a mi suegro, quien si no me contesta le pido el favor a mi esposa que es su hija única y en consecuencia su consentida para que le pida el favor de que nos ayude a meter al niño al hospital, y va haber usted que logramos levantar a este pequeño…"

Los padres se miraban a los ojos, desconcertados con las palabras de aliento que ese Ángel vestido de taxista les había enviado el Niño Jesús. "Gracias amigo, esperamos que Dios nos ayude y que su suegro logre meter al niño al hospital del que usted habla, gracias nuevamente", respondió con palabras de gratitud el campesino que se había acabado casi toda su cosecha, casi toda su bodega de productos del campo que solía mercar en la gran ciudad y de paso todos puercos que se vio obligado a vender para saldar la deuda en la clínica particular.

El chofer del taxi paró su vehículo  frente al hospital de referencia. Se bajó y con unas monedas realizo algunas llamadas de la caseta telefónica. Minutos después les pidió de manera comedida que esperaran escuchar su nombre, dándoles a estos angustiados padres los datos que deberían de aportar a la trabajadora social del hospital para que fuera atendido con la urgencia que requería el pequeño enfermo.

Henorio guardaba silencio. Las posibilidades de regresar con su hijo en brazos a su comunidad eran muy escasas, y esta última oportunidad de haberlo metido al hospital de Petróleos Mexicanos era prácticamente una última oportunidad por no decir una tenue esperanza que en unos minutos o un par de horas podía extinguirse.

El taxista tuvo razón, al decirles que la noche en que los encontró era Noche de Navidad y en consecuencia era Noche de Milagros. Antes de que feneciera ese 25 de diciembre de ese mismo año, a las once y media de la noche, un médico con rostro bonachón salió del quirófano, se quito el tapabocas y los guantes, y eufórico de alegría les dio un fuerte apretón de manos a los entristecidos padres. "El niño, su hijo, está fuera de peligro, ya reaccionó al medicamento, y en este momento se le está poniendo una ración de suero para fortalecerlo, considero que mañana mismo se lo damos de alta para que se lo lleve de vuelta a su casa…" Henorio no daba credibilidad a las palabras del galeno, menos doña Zenaida, quien en su puño solo había estado apretando un viejo crucifijo que su suegra doña Felicitas le había obsequiado en uno de sus cumpleaños. "Gracias médico, gracias…" El Ángel enviado por el Niño Jesús en forma de un taxista se desapareció mágicamente, ni siquiera regresó para que le dieran las gracias o para que le pagaran por este gran servicio que como un milagro del cielo logro salvarle la vida a un pequeño que un par de años después fue bautizado con el nombre de Marcelo, por Marcelo Juárez, otro beisbolista que era el ídolo de su señor padre. Su familia fue localizada años más tarde por el señor Henorio, quien lo colmó de algunos obsequios y sobre todo, de palabras de agradecimiento.

Marcelo ahora trabaja en la Ciudad de México, en una oficina del Gobierno Federal, repartiendo su tiempo libre en su afición por la guitarra y la composición de canciones de todos los géneros, y en todas las fiestas alegra con su voz y sus canciones las largas tertulias familiares. Nora, se volvió comerciante, y ahora disfruta de su trabajo en compañía de su familia, mientras que el pequeño Oliverio, en vez de abrazar el deporte del beisbol como su padre lo soñaba, cursa uno de sus tres doctorados en la ciudad de Irapuato, y en sus ratos libres se especializa en el manejo del requinto y de la vocalización; María Elena, es una ejemplar profesora de Telesecundaria, quien logró egresar de la Universidad Veracruzana con las mejores notas académicas, y al igual que sus hermanos se ha venido especializando en el manejo de la guitarra;  el niño "Travieso", sigue viviendo en su mundo de mágicas aventuras y de imaginación, soñando siempre que sus hermanos, sus padres y todo mundo tengan un futuro mejor, mientras que sus señores padres Henorio y Zenaida, disfrutan su tercera edad con el cariño y el respeto de todos sus hijos, a quienes, por separado, les dieron todas las oportunidades para estar mejor que ellos.

A todos nuestros lectores que nos distinguen con su lectura diaria en este espacio que nos concede generosamente nuestro director general don José Luis Poceros Domínguez, les deseamos que esta noche de Navidad sea una noche de amor y de paz entre los suyos. Feliz Navidad.



INICIAN UN NUEVO DOMO EN CHIJOLAR, TUXPAN



El presidente municipal Alberto Silva Ramos,  cumple una vez más con una promesa de campaña, al colocar la primera piedra para la construcción de un domo en el auditorio de   la comunidad de Chijolar, que permitirá a sus habitantes realizar  actividades comunitarias y educativas en un espacio digno, ya que la actual galera se encuentra en pésimas condiciones, lo que representa un peligro para los que  la utilizan.

El alcalde y regidores de la comuna fueron recibidos por  las familias de esta localidad, siendo el agente municipal Jaime Vidal Valdez, el encargado de darles la bienvenida, manifestando que  por muchos años esperaron que algún gobierno atendiera esta petición que data de aproximadamente 15  años, y que hoy gracias al compromiso asumido en campaña por parte del hoy  presidente municipal,    esto será una realidad.

Acto siguiente, Silva Ramos hizo uso de la voz manifestando que además de la construcción de este techado que estará en aproximadamente 60 días, su gobierno  tiene más  compromisos que  cumplir en Chijolar, como la construcción de un templo evangélico, un aula, cerca perimetral y galera en el jardín de Niños "Margarita Maza de Juárez", así como el engravado de 7 kilómetros de camino y la instalación de alumbrado público.

"Ustedes saben que  en Tuxpan  son 86 comunidades, realmente es muy complicado en un año tratar de visitarlas todas, y no se trata solamente  de visitarlas, sino de  venir a cumplir y hacer las obras que se necesitan, lo que tiene que ver con los templos, con las iglesias,  con los campos deportivos, con los accesos a las parcelas, con las escuelas,  con los apoyos de pisos de cemento  para los hogares que no cuentan con ello", expresó el edil tuxpeño.

Recordó que en este primer año de gobierno se atendieron un total de 30 comunidades, todas con las mismas características y necesidades,   a las cuales se dieron puntual respuesta y sin distingo de cuestiones partidistas o ideologías religiosas.

Para el próximo año, la primera autoridad del municipio, adelantó que habrá un contacto más permanente con la gente de las diferentes  comunidades, para entrarle más fuerte a los programas de alumbrado público, pisos y techos dignos, más domos para escuelas y auditorios.


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